Platiqué con Celeste Molgado en torno a la importancia de los seguros agropecuarios como herramienta para reducir riesgos en el campo. Celeste nos comparte su experiencia ofreciendo soluciones adaptadas a productores, abordando desde coberturas específicas hasta procesos de diagnóstico y selección personalizada de aseguradoras.
También nos habló sobre los retos que impiden una mayor adopción del seguro en el agro mexicano, así como las ventajas adicionales de las fianzas. Por supuesto, nos comentó casos en los cuales el seguro agrícola fue la diferencia para un agricultor.
A lo largo de este episodio puse sobre la mesa un tema que en el agro suele llegar tarde: el aseguramiento. No porque no exista, sino porque culturalmente se ignora hasta que el golpe ya cayó. Desde el inicio queda claro que los riesgos en el campo no son hipotéticos. El clima cambia, las plagas avanzan, los incendios ocurren, el robo existe y la negligencia —propia o ajena— cuesta caro. Aun así, el número de agricultores asegurados sigue siendo bajo, y no por falta de opciones, sino por desconocimiento, desconfianza y costumbre.
Celeste explica con claridad desde dónde habla. Lleva más de una década en el mundo de los seguros y llegó ahí casi por accidente. Entró joven, empezó en un despacho grande desde abajo y decidió quedarse cuando entendió cómo funcionaba el sistema. No romantiza el camino: se formó, aprendió, se especializó y hoy domina el tema porque lo vive todos los días. Esa experiencia se nota cuando aterriza el aseguramiento agrícola sin vueltas innecesarias.
Una de las primeras ideas clave es simple pero contundente: el seguro nace del riesgo. Donde hay riesgo, existe —o puede crearse— un producto que lo cubra. En el agro los riesgos sobran: fenómenos climáticos, plagas, enfermedades, vandalismo, incendios, inundaciones, fallas humanas. El error común es pensar que asegurar es solo para grandes empresas o para quien ya perdió antes. No es así. El seguro es un producto financiero que sirve para transferir un riesgo que no siempre se puede absorber con capital propio.
Se habla también del aseguramiento de personas. El agricultor, su familia y su personal están expuestos a condiciones más duras que en otros sectores. Gastos médicos, seguros de vida y prestaciones para trabajadores no son lujos; son herramientas de estabilidad. Ofrecer seguros como prestación puede marcar la diferencia para retener personal y, además, elevar el nivel de bienestar operativo. No se trata de filantropía, sino de estrategia.
Cuando la conversación entra en cultivos, aparece una duda frecuente: ¿cómo se asegura algo tan variable? La respuesta es técnica, no mágica. Se visita el terreno, se revisa la información, se valida la inversión, se define una suma asegurada realista. Aquí aparece un punto crítico: ni subasegurar ni sobreasegurar. Si la cifra no tiene sustento, al momento del siniestro la aseguradora investiga. El seguro no es una lotería; es un contrato.
La evaluación del riesgo no se impone, se propone. Celeste observa, pregunta, sugiere. El agricultor decide. Pero esa decisión se toma con información: el historial de la zona, los eventos recientes, lo que ha pasado a otros productores cercanos. El riesgo no se mide solo por intuición, también por estadísticas. De ahí sale la prima. Zonas con más siniestros pagan más. A veces, incluso, la aseguradora decide no cubrir. Es raro, pero ocurre.
El papel del intermediario queda muy claro. Celeste no asegura directamente; conecta al productor con la compañía adecuada según el tipo de riesgo. No todas las aseguradoras funcionan igual ni cubren lo mismo. Comparar opciones, leer cláusulas y armar propuestas completas es parte central del trabajo. Aquí se rompe otro mito: no es “el seguro”, son los seguros, y elegir mal cuesta caro.
Cuando se aborda la dificultad de convencer al agro, el diagnóstico es directo: cultura. El clásico “a mí no me va a pasar”. Hasta que pasa. Incendios, robos, pérdidas de cientos de miles de pesos sin respaldo. El seguro no evita el problema, pero evita que el problema destruya el patrimonio. Además, hay un ángulo financiero poco aprovechado: tener seguros facilita el acceso a créditos. Para los bancos, un negocio asegurado es un negocio más confiable.
El episodio abre un paréntesis interesante con el tema de las fianzas y el seguro de crédito. Aunque las fianzas no son comunes en el agro, el seguro de crédito sí empieza a encajar. Cubrir el impago de clientes, sobre todo en exportación, responde a una realidad conocida: producto entregado, pago perdido. Este tipo de herramientas todavía es poco conocido, pero puede ser clave para profesionalizar operaciones comerciales.
Para quien nunca ha contratado un seguro agrícola, el punto de partida es claro: un especialista. No se necesita ser experto en seguros, igual que no se es experto en contabilidad o logística. Se delega. Eso sí, no a cualquiera. El seguimiento importa tanto como la póliza. Un seguro sin asesor es solo papel. Las dudas, los siniestros y los reclamos requieren acompañamiento.
En cuanto al marco legal, el mensaje es contundente: el sector asegurador está altamente regulado. No es un terreno informal. Las aseguradoras responden ante organismos reguladores y los contratos se rigen por ley. Pero eso implica una responsabilidad del agricultor: cumplir normativas, declarar correctamente y operar sin negligencia. Un incumplimiento puede ser motivo de rechazo.
Cuando se pregunta por las razones más comunes de rechazo, no hay una lista corta. Todo depende del contexto. Fraude, omisiones, materiales no declarados, negligencia, falta de mantenimiento. Casos donde alguien paga una póliza durante años sin estar realmente cubierto no son raros. No porque el seguro “no pague”, sino porque se contrató mal. Ahí vuelve a aparecer el valor del asesor meticuloso.
Las red flags en agro suelen estar ligadas a negligencia. Incendios provocados, falta de mantenimiento, malas prácticas deliberadas. Aun así, la mayoría de los casos tienen solución si se corrigen procesos. El seguro no castiga el riesgo; castiga la irresponsabilidad.
El cierre del episodio no intenta vender miedo, sino conciencia. El seguro cuesta una fracción de lo que cuesta una crisis. Es deducible, es flexible y, bien usado, es una herramienta de estabilidad. No se paga por algo que “no se ve”; se paga por dormir tranquilo cuando el riesgo se materializa.
Este episodio deja una idea clara: asegurar no es un gasto, es una decisión estratégica. En el agro, donde las variables no siempre se controlan, blindarse no es exageración, es sentido común.

