Isacc Sánchez es un ingeniero agrícola que ofrece soluciones a los agricultores de su región a través de su negocio. Sin embargo, desde hace un año comenzó a notar que el muérdago estaba causando muertes de árboles, por lo que decidió investigar el tema más a fondo, para tratar de entender la situación.
Fue así como, de manera altruista, comenzó a dedicar tiempo y recursos propias para concientizar sobre la problemática que afrontan los sectores agrícola y forestal. Es por ello que en esta entrevista Isacc nos cuenta más sobre el proyecto para el control y abatimiento del muérdago.
¿Por qué el muérdago afecta a los sectores agrícola y forestal?
La presencia del muérdago en los ecosistemas agrícolas y forestales revela una trama ecológica más compleja de lo que su apariencia discreta sugiere. Lejos de ser un simple ornamento invernal, este hemiparásito ejerce presiones fisiológicas y estructurales profundas sobre sus hospedantes, modificando ciclos de crecimiento, flujos de energía y la dinámica sanitaria de agroecosistemas enteros. Comprender por qué afecta de manera tan contundente a ambos sectores exige observar la interacción desde dentro, allí donde las raíces modificadas del muérdago perforan tejidos conductores y reconfiguran la relación entre árbol, suelo y atmósfera.
El punto de partida es su estrategia vital. El muérdago mantiene capacidad fotosintética, pero depende de su hospedante para obtener agua y minerales a través de su órgano especializado, el haustorio, que penetra el xilema y establece un flujo constante a su favor. Esta extracción no solo disminuye la disponibilidad de recursos para ramas y brotes distales, sino que altera el balance osmótico del árbol. El hospedante debe aumentar su presión radicular y la tasa de transpiración para compensar la demanda parasitaria, un esfuerzo que termina rebajando sus reservas de carbono estructural. Con el tiempo, la carga parasitaria provoca una debilitación fisiológica que se expresa en menor crecimiento anual, caída prematura de hojas y reducción en la formación de madera temprana y tardía.
Lo interesante es que el proceso raramente ocurre de forma aislada. En los cultivos perennes y en bosques manejados, la infestación se propaga de copa a copa a través de aves frugívoras que depositan semillas pegajosas sobre ramas jóvenes. La dispersión mediada por aves amplifica la presencia del muérdago en bordes y claros, donde la luz favorece su establecimiento. Esto incrementa la probabilidad de que sistemas productivos emplazados en mosaicos agrícolas-forestales experimenten brotes sucesivos, cada uno intensificando la competencia por agua, especialmente en zonas semiáridas. Durante sequías prolongadas, esta competencia se vuelve crítica, porque el muérdago mantiene una demanda hídrica estable incluso cuando el hospedante activa mecanismos de cierre estomático y ahorro hídrico.
La siguiente consecuencia emerge de manera casi inevitable: la reducción en la capacidad fotosintética del hospedante deriva en menor producción de carbohidratos, los mismos que debería destinar a crecimiento, defensa y reserva. En árboles frutales, esta dinámica se refleja en pérdida de rendimiento, disminución del calibre y mayor susceptibilidad a plagas que aprovechan el debilitamiento fisiológico. En especies forestales como Pinus, Quercus o Juniperus, el decaimiento propiciado por el muérdago abre la puerta a patógenos oportunistas que colonizan tejidos estresados, generando sinergias negativas que aceleran la mortalidad. Los brotes de Ips, Dendroctonus y otros escolítidos comúnmente encuentran en árboles parasitados un hospedante más accesible.
A medida que la infestación progresa, las copas muestran deformaciones características: ramas engrosadas, bifurcaciones anómalas y acumulación de biomasa parasitaria que incrementa la carga estructural. Estas alteraciones comprometen la resistencia mecánica frente al viento y las nevadas, lo que implica un aumento en la caída de ramas y, en casos extremos, en fracturas del tronco. Para los sistemas forestales, estos daños significan pérdidas de volumen maderable y disminución de la calidad comercial de la madera. Para las plantaciones frutales, además de las pérdidas productivas, la seguridad laboral se ve comprometida debido al riesgo de fracturas súbitas en labores de poda y cosecha.
Sin embargo, la afectación no se limita al árbol individual. En bosques naturales, la infestación masiva genera un efecto de aclaramiento no planificado, dado que la mortalidad se concentra en grupos de árboles debilitados por la misma presión parasitaria. Este proceso modifica la estructura vertical y horizontal del bosque, alterando no solo la dinámica de luz sino también los patrones de competencia entre especies. En zonas donde el muérdago favorece la apertura del dosel, aumentan las gramíneas pirófitas, lo que potencia la carga de combustible y eleva la probabilidad de incendios de mayor intensidad. El círculo resulta aún más inquietante al considerar que los árboles parasitados presentan mayor inflamabilidad debido a su estrés hídrico crónico.
La dimensión agrícola enfrenta una ramificación igualmente seria. La infestación en frutales de alto valor, como manzanos, perales o aguacates, requiere intervenciones de manejo integrado costosas, que combinan podas sanitarias, tratamientos fitosanitarios y eliminación de hospederos secundarios en cercos, linderos y árboles ornamentales. Estos costos se acumulan cada ciclo productivo, erosionando la rentabilidad de pequeñas explotaciones y obligando a grandes productores a destinar recursos significativos únicamente a contención, nunca a erradicación completa. Esta diferencia es importante porque el muérdago raramente desaparece: se gestiona, no se elimina.
Un aspecto menos visible, pero crucial, es su impacto en los servicios ecosistémicos. La pérdida progresiva de vigor en masas forestales reduce la capacidad de fijación de carbono, modifica el régimen hidrológico y afecta la provisión de hábitats para especies dependientes del dosel cerrado. En cuencas abastecedoras de agua, esta degradación se traduce en mayor escorrentía y menor infiltración, con efectos directos sobre la disponibilidad hídrica para riego y consumo humano. El muérdago se convierte, de forma silenciosa pero persistente, en un modulador de procesos que trascienden su tamaño y distribución.
A pesar de ello, la biología del muérdago le permite desempeñar un papel dual. Algunas especies de mamíferos y aves utilizan sus estructuras como refugio y alimento, generando microhábitats beneficiosos en bosques heterogéneos. Esta cualidad obliga a replantear estrategias extremas que buscan su eliminación absoluta, ya que un control indiscriminado puede desmontar componentes valiosos de la biodiversidad asociada. El reto, entonces, no consiste solo en disminuir la infestación, sino en equilibrar la productividad con la conservación. En agroecosistemas donde conviven cultivos y fragmentos de bosque, esta tensión se acentúa, porque el manejo fitosanitario debe coexistir con objetivos de protección ambiental.
La investigación reciente sugiere que la vulnerabilidad de un árbol al muérdago se relaciona con su estado nutricional y su acceso al agua. Plantaciones bien manejadas, con riego eficiente y nutrición balanceada, presentan menor severidad que aquellas sometidas a estrés crónico. Esto abre la puerta a enfoques preventivos basados en mejorar la resiliencia fisiológica de los hospedantes. No se trata únicamente de eliminar el muérdago visible, sino de fortalecer al árbol para dificultar la expansión de nuevos haustorios. Las podas selectivas tempranas son efectivas, pero deben ejecutarse con precisión para evitar heridas excesivas que predispongan al árbol a infecciones secundarias.
La presión del cambio climático añade una capa adicional de incertidumbre. Las proyecciones indican escenarios con mayor frecuencia de sequías intensas y temperaturas más extremas, condiciones que favorecen la expansión del muérdago. El aumento de estrés hídrico en hospedantes, unido a la mayor disponibilidad de luz por pérdida de follaje, crea un entorno ideal para la germinación y establecimiento de nuevas plantas parasíticas. Esta tendencia coloca al muérdago en el centro de las preocupaciones tanto de silvicultores como de productores agrícolas, que deberán incorporar estrategias adaptativas basadas en monitoreo y diagnóstico temprano.
En última instancia, su impacto sobre los sectores agrícola y forestal no proviene únicamente de su parasitismo directo, sino de la suma de efectos fisiológicos, estructurales y ecológicos que desencadena. El muérdago funciona como un nodo de tensiones entre productividad, sanidad vegetal, dinámica del paisaje y resiliencia ecosistémica. Entender esa red de conexiones es la clave para diseñar intervenciones que mitiguen sus consecuencias sin romper el equilibrio que sostiene la diversidad biológica y los servicios que provee.
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