En 2023 México representó el 50.7% del valor de las importaciones de frutas frescas por parte de Estados Unidos, y en cuanto a hortalizas representó el 68.5%. En ambos apartados es el líder, mientras que en granos se ubicó en la segunda posición, con el 22.9%, solo después de Canadá y su 67.4%.
Estas cifras indican la enorme importancia de las agroexportaciones mexicanas para el mercado estadounidense, las cuales se afianzan aún más con el paso de los años, debido a los retos de clima, agua y mano de obra que afrontan las principales regiones productoras en Estados Unidos.
¿Podría Estados Unidos sobrevivir sin los envíos agroalimentarios de México?
La relación agroalimentaria entre Estados Unidos y México es profundamente interdependiente. México se ha consolidado como uno de los principales proveedores de productos agrícolas frescos para el mercado estadounidense. Frutas, verduras, grano y otros alimentos cruzan diariamente la frontera para satisfacer la alta demanda de los consumidores norteamericanos. Preguntarse si Estados Unidos podría sobrevivir sin los envíos agroalimentarios de México implica analizar diversos factores, como la capacidad de producción interna, los patrones de consumo y la logística alimentaria.
En términos de abastecimiento, Estados Unidos produce una gran cantidad de sus propios alimentos, pero su clima y geografía limitan la producción de ciertos cultivos durante todo el año. México, gracias a sus condiciones climáticas favorables y costos de producción más bajos, se ha convertido en una fuente esencial de alimentos frescos fuera de temporada. Por ejemplo, buena parte de los tomates, aguacates y pimientos que se consumen en Estados Unidos provienen de tierras mexicanas. Si estos productos dejaran de llegar, habría un impacto inmediato en los precios, la disponibilidad y la variedad en los supermercados estadounidenses.
Otro aspecto clave es la capacidad de adaptación del sistema agroalimentario estadounidense. Aunque Estados Unidos podría aumentar la producción local de algunos cultivos en el mediano plazo, enfrentar este desafío requeriría inversiones significativas en infraestructura, tecnología agrícola y mano de obra. Este último punto es particularmente complicado, ya que una gran parte de la fuerza laboral agrícola en Estados Unidos está compuesta por migrantes, muchos de ellos mexicanos. Sin este flujo de trabajadores, la producción interna enfrentaría graves limitaciones.
Desde el punto de vista logístico, el sistema alimentario de Estados Unidos está diseñado para depender de importaciones estratégicas. México no solo provee productos frescos, sino también insumos como frutas procesadas, jugos y alimentos que forman parte de cadenas de suministro más amplias. Sustituir esta dependencia implicaría reestructurar cadenas enteras, lo que generaría retrasos y mayores costos para los consumidores.
Finalmente, hay que considerar el impacto político y económico. La interrupción de los envíos agroalimentarios desde México afectaría directamente las relaciones comerciales entre ambos países, dañando no solo la industria alimentaria, sino también otros sectores económicos vinculados. Además, el aumento de precios y la disminución de la oferta alimentaria tendrían un efecto negativo en la percepción pública, especialmente en una economía acostumbrada a la abundancia y a la variedad en los alimentos.