Episodio 548: Impacto de la peste porcina africana en España con Miguel Narváez

Impacto de la peste porcina africana en España con Miguel Narváez

En esta ocasión Miguel Narváez de Global Agrotrade Advisors no explica las implicaciones de la reciente detección de la peste porcina africana en España, y cómo esto podría afectar el suministro para México de algunos productos cárnicos en los siguientes meses.

Miguel es consultor en temas agroalimentarios, desempeñándose tanto en México como en España, por lo que es de los especialistas que más conocen sobre este tipo de temas desde el punto de vista bilateral. En la conversación también nos explica el procedimiento para controlar esta enfermedad animal.


¿Hemos tenido casos de peste porcina africana en América?

La discusión sobre la peste porcina africana (PPA) en el continente americano suele despertar una mezcla de inquietud y reflexión, porque pone en evidencia la fragilidad de los sistemas productivos intensivos frente a patógenos cuya evolución parece siempre un paso por delante de nuestras defensas. La enfermedad, causada por un Asfivirus de alta complejidad estructural, desafía a la sanidad animal global desde hace décadas. Aunque su nombre invoca un origen geográfico preciso, su expansión ha roto cualquier límite, reconfigurando mapas de riesgo y obligando a reconsiderar la idea de distancia epidemiológica. América no ha sido la excepción, aunque su experiencia con la PPA se ha desarrollado en episodios delimitados y, por fortuna, erradicados tras intervenciones drásticas.

La primera gran irrupción en el continente ocurrió a finales de los años sesenta, cuando el virus fue detectado en Cuba. Su llegada, probablemente vinculada al movimiento informal de productos porcinos contaminados, mostró un patrón que con el tiempo se volvería recurrente: la combinación de bioseguridad deficiente, alta densidad animal y redes de intercambio no reguladas resulta suficiente para que un virus robusto encuentre la puerta abierta. Las autoridades isleñas enfrentaron entonces una disyuntiva brutal entre contención y sostenibilidad productiva. Optaron por un sacrificio masivo que marcó la memoria sanitaria regional. El virus reapareció en la isla a finales de los ochenta, confirmando que la persistencia ambiental y la capacidad del virus para sobrevivir en matrices como carne salada o congelada podían reactivar brotes incluso años después.

Mientras Cuba lidiaba con su doble embestida, la enfermedad saltó a República Dominicana en 1978. Esta incursión fue aún más disruptiva porque alcanzó un país cuya economía dependía intensamente de la porcicultura de traspatio y de sistemas productivos fragmentados. El esfuerzo por erradicar la PPA derivó en la eliminación de prácticamente toda la población porcina nacional, un acto sin precedentes que ilustró el costo social y económico de un virus capaz de mantenerse infeccioso en superficies y productos durante periodos prolongados. La reintroducción del virus en 1980 selló la lección: sin trazabilidad, sin rigurosos controles de movimiento y sin infraestructura diagnóstica ágil, la PPA encuentra fisuras para circular silenciosamente.

El Caribe volvió a verse comprometido en Haití, donde se confirmaron brotes a inicios de los ochenta. La proximidad geográfica con República Dominicana y la porosidad de la frontera compartida facilitaron la circulación viral. La respuesta, nuevamente, fue el sacrificio total, un golpe que afectó la seguridad alimentaria rural de manera profunda. Estos episodios caribeños demostraron que la PPA no depende de vectores especializados para sostener su transmisión. A diferencia de otras enfermedades que requieren condiciones ecológicas específicas, este virus explota la cadena humana de producción y comercio: allí donde hay cerdos domésticos, subproductos mal gestionados y movilización constante, encuentra la energía suficiente para expandirse.

Sin embargo, tras estas irrupciones, el continente ingresó en un largo periodo sin reportes de PPA. La ausencia prolongada alimentó la percepción de un continente protegido por su distancia del epicentro eurasiático y por la robustez de los sistemas de control fronterizo. Pero un virus cuyo genoma de gran tamaño le permite manipular la respuesta inmune del hospedero rara vez olvida rutas que alguna vez funcionaron. En 2021, la enfermedad resurgió en América con su reaparición en República Dominicana, seguida de la confirmación en Haití. Aunque el patrón espacial evocaba los brotes del siglo pasado, el contexto era distinto: ahora el virus circulaba simultáneamente en Europa, Asia y África, con una presión epidemiológica global mucho mayor. El continente se descubrió nuevamente vulnerable.

Este retorno encendió alertas en todo el hemisferio. Países como Estados Unidos, México, Colombia y Brasil incrementaron sus protocolos de vigilancia activa, apostando por diagnósticos moleculares acelerados y fortalecimiento de los cordones sanitarios en puertos y aeropuertos. La razón era evidente: el virus no solo destruye animales, sino que desestabiliza cadenas de valor enteras. Un solo ingreso no detectado podría comprometer exportaciones multimillonarias y poner en riesgo la viabilidad de sistemas productivos altamente integrados. El Caribe, por su parte, enfrentó el desafío adicional de infraestructura sanitaria limitada, lo que dificultó acciones rápidas de contención.

La estructura epidemiológica de la región ofrece, no obstante, una ventaja relativa: la ausencia de jabalíes o suinos silvestres en gran parte del continente. En Eurasia, estos animales actúan como reservorios que perpetúan la circulación viral incluso cuando el sector doméstico mejora su bioseguridad. América, en contraste, carece de un hospedero salvaje dominante, lo que facilita los procesos de erradicación si se actúa con rapidez. Pero esta ventaja puede diluirse si la vigilancia no es sostenida, porque las cadenas de comercio legal e ilegal, los residuos contaminados y la creciente movilidad humana son suficientes para reencender brotes.

Cada avance en bioseguridad exhibe, paradójicamente, la creatividad del virus para encontrar grietas. La PPA sobrevive a variaciones de temperatura que derrotarían a otros patógenos, resiste la desecación y se aferra a materiales como ropa, vehículos y herramientas, elevando el potencial de transmisión indirecta. Por eso, la discusión sobre su presencia en América no puede limitarse a los episodios históricos. Debe incorporar la reflexión sobre los riesgos latentes en un continente que combina producción intensiva, sistemas de traspatio y mercados emergentes de exportación. La integración comercial internacional ha generado prosperidad, pero también ha elevado la permeabilidad epidemiológica.

Los recientes brotes en el Caribe han actuado como un recordatorio de que la sanidad animal es un fenómeno continental, no local. Un virus que se desplaza con personas y mercancías no reconoce fronteras políticas ni barreras oceánicas. De ahí que los países del hemisferio hayan reforzado la educación a productores, promoviendo protocolos que van desde el control de acceso a granjas hasta la gestión estricta de alimentos de desperdicio, un vector histórico de contagio. La ciencia ha contribuido con avances en diagnóstico rápido y caracterización genómica, pero la ausencia de una vacuna comercial completamente eficaz mantiene la contención como la herramienta principal.

El desafío para América consiste en sostener un equilibrio entre prevención y resiliencia. Prevenir significa invertir en vigilancia, infraestructura y comunicación técnica sin caer en la complacencia. Ser resilientes implica aceptar que, mientras el virus continúe circulando globalmente, el riesgo nunca será cero. Pero la experiencia histórica demuestra que la región es capaz de erradicar la PPA cuando detecta los brotes con oportunidad y moviliza esfuerzos coordinados. En el pasado, la respuesta se apoyó en medidas drásticas. Hoy tiene acceso a metodologías moleculares, sistemas de información en tiempo real y modelos predictivos que permiten decisiones más precisas.

Aun así, la naturaleza del virus invita a la humildad. Su capacidad para evadir la respuesta inmune del hospedero, su genoma polimórfico y su tolerancia a ambientes hostiles le confieren una versatilidad que obliga a mantener una vigilancia constante. Los brotes en República Dominicana y Haití no fueron anomalías, sino señales de un sistema global interconectado donde las barreras epidemiológicas tradicionales son cada vez más porosas. Entenderlo así evita falsas certezas y permite diseñar estrategias que integren ciencia, regulación y cooperación regional.

En suma, América ha tenido casos de peste porcina africana, los ha enfrentado con éxito en el pasado y ha vuelto a enfrentarlos recientemente. Cada episodio ha dejado una huella que redefine la comprensión colectiva del riesgo. La pregunta relevante ya no es si el virus puede llegar, sino cómo garantizar que, cuando lo haga, encuentre un continente preparado para contenerlo antes de que reorganice de nuevo la arquitectura productiva que sostiene a millones de personas.

  • Food and Agriculture Organization. (2021). African Swine Fever in the Americas. FAO Animal Health Reports.
  • Penrith, M.-L., & Vosloo, W. (2009). Review of African swine fever: transmission, spread and control. Journal of the South African Veterinary Association, 80(2), 58–62.
  • Sánchez-Vizcaíno, J. M., Mur, L., & Martinez-Lopez, B. (2013). African swine fever: an epidemiological update. Transboundary and Emerging Diseases, 60, 27–35.
  • World Organisation for Animal Health. (2022). African Swine Fever Situation Reports.

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