Platiqué con Víctor Olivares sobre un tema que suele resultar ajeno al sector agro, pero que es fundamental para el desarrollo de agronegocios que buscan aumentar su rentabilidad: las campañas pagadas en redes sociales, cuyo propósito es impulsar el reconocimiento de marca.
Asimismo, conversamos sobre otro aspecto de índole digital: la automatización de procesos. Hoy en día existen numerosas herramientas, muchas de ellas gratuitas o de bajo costo, que los agronegocios pueden aprovechar para automatizar tareas específicas, logrando así una mayor eficiencia en cada una de ellas.
¿Por qué la automatización de procesos impulsa a las agroempresas?
En las últimas décadas, la agricultura ha transitado de la mecanización hacia una etapa más profunda de automatización, en la que la información y la inteligencia artificial ocupan el lugar que antes correspondía a la fuerza física. Las agroempresas que han comprendido este cambio estructural no solo aumentan su productividad, sino que transforman la forma en que se concibe el trabajo rural, la gestión de recursos y la competitividad global. Automatizar ya no significa simplemente reemplazar tareas humanas por máquinas, sino integrar sistemas que analizan, deciden y actúan con una precisión que la intuición humana no puede alcanzar. El campo se está convirtiendo en una red interconectada de sensores, algoritmos y flujos de datos donde cada decisión —desde el riego hasta la cosecha— puede optimizarse con criterios científicos.
La primera razón por la cual la automatización impulsa a las agroempresas es su capacidad para reducir la incertidumbre inherente a la agricultura. Durante siglos, los agricultores dependieron de la observación empírica y del azar climático para tomar decisiones. Hoy, las tecnologías de monitoreo remoto, los drones y los sistemas de visión artificial permiten conocer en tiempo real el estado del suelo, la humedad, la temperatura y la salud de las plantas. La automatización convierte esa información en acciones concretas: ajustar un sistema de riego, aplicar fertilizantes de precisión o activar una cosechadora autónoma. En un entorno donde cada litro de agua y cada hora de trabajo cuentan, la precisión es sinónimo de supervivencia económica. Las empresas que automatizan logran estabilizar su rendimiento, mientras aquellas que dependen de métodos manuales quedan expuestas a la volatilidad productiva que define al sector.
Esta reducción de incertidumbre se traduce directamente en eficiencia. La agricultura de precisión, sostenida por redes de sensores y algoritmos predictivos, optimiza el uso de insumos y reduce los desperdicios. Los sistemas automatizados de riego inteligente pueden disminuir el consumo de agua en más del 40%, mientras que los dosificadores automáticos de nutrientes reducen la contaminación por lixiviación. La automatización permite aplicar recursos únicamente donde son necesarios y en la cantidad exacta requerida, algo imposible con métodos tradicionales. Este enfoque transforma la productividad: no se trata de producir más, sino de producir mejor, reduciendo los costos ambientales y energéticos que históricamente acompañaron al crecimiento agrícola.
Sin embargo, el impacto de la automatización no se limita al plano técnico. Su valor estratégico radica en la gestión empresarial que posibilita. Las agroempresas exitosas ya no se organizan en torno a la experiencia individual del productor, sino a sistemas de información que centralizan y procesan datos de toda la cadena productiva. Los softwares de gestión agrícola integran variables financieras, logísticas y climáticas, permitiendo una toma de decisiones basada en indicadores objetivos. De esta manera, la automatización unifica los procesos de producción y comercialización, generando una visión sistémica del negocio. Quien controla los flujos de datos controla también la capacidad de adaptación al mercado.
El tiempo, ese recurso invisible pero decisivo, también se ve transformado. Las tareas que antes requerían jornadas completas —como el control de plagas o la recolección manual de información meteorológica— pueden realizarse ahora en minutos mediante drones o estaciones automatizadas. Esta eficiencia temporal no solo incrementa la productividad, sino que libera capital humano para actividades de análisis, innovación y planificación. En otras palabras, la automatización eleva el nivel cognitivo del trabajo agrícola: convierte al agricultor en gestor de sistemas inteligentes, más que en operador de maquinaria. Ese desplazamiento conceptual, de la labor física a la supervisión técnica, redefine la cultura laboral del campo y exige nuevos perfiles profesionales capaces de dialogar con la tecnología.
Otro impulso proviene del impacto directo en la rentabilidad. La automatización reduce los costos operativos al disminuir la necesidad de mano de obra intensiva y minimizar los errores humanos. Las cosechadoras robotizadas, los invernaderos controlados por sensores y los sistemas automáticos de clasificación y empaque reducen pérdidas poscosecha y garantizan una calidad homogénea. En mercados cada vez más exigentes, donde la trazabilidad y la estandarización determinan el acceso a nichos de alto valor, estas ventajas son decisivas. Además, la posibilidad de monitorear toda la cadena productiva en tiempo real permite a las empresas reaccionar con rapidez ante fluctuaciones del mercado o del clima, un factor esencial para mantener la competitividad global.
No obstante, la automatización también genera una transformación profunda en la estructura social de las empresas agrícolas. Las tareas rutinarias son reemplazadas por funciones analíticas, lo que implica una recalificación de la fuerza laboral. La transición hacia sistemas automatizados requiere técnicos especializados, programadores y analistas de datos agrícolas. Las agroempresas que invierten en capacitación y desarrollo humano no solo mejoran su productividad, sino que construyen una cultura de innovación continua. En cambio, aquellas que ven la automatización solo como una inversión en maquinaria corren el riesgo de crear brechas internas entre el capital tecnológico y el capital humano. El verdadero motor del cambio no es la máquina, sino la capacidad de las personas para comprender su lógica y aprovecharla estratégicamente.
La sostenibilidad constituye otro eje clave del impulso automatizador. En un mundo donde la agricultura consume cerca del 70% del agua dulce y genera una parte significativa de las emisiones globales, la eficiencia es una forma de responsabilidad ambiental. Los sistemas automatizados de monitoreo permiten medir el consumo de agua y energía, identificar fugas o ineficiencias y ajustar en tiempo real los procesos. De igual modo, la automatización facilita la adopción de prácticas regenerativas, como la siembra de cobertura o el manejo diferencial del suelo, al integrar información geoespacial precisa. La sostenibilidad deja de ser un discurso para convertirse en una métrica gestionable, cuantificable y rentable. En este sentido, la automatización no solo impulsa la competitividad de las agroempresas, sino que redefine su papel en la transición hacia una agricultura climáticamente inteligente.
El impacto también alcanza la cadena de valor. Los sistemas automatizados de trazabilidad permiten seguir cada lote desde la semilla hasta el consumidor final. Esto mejora la transparencia y fortalece la confianza en los mercados internacionales, donde los estándares sanitarios y de calidad son cada vez más estrictos. Además, la digitalización de los registros facilita el acceso a financiamiento, seguros agrícolas y certificaciones, ya que los datos objetivos reducen el riesgo percibido por los inversionistas. La automatización, al convertir la información en un activo tangible, abre las puertas a nuevas fuentes de crédito y a mecanismos de comercio más justos y eficientes.
A medida que la tecnología se integra, las agroempresas comienzan a funcionar como ecosistemas interconectados, donde la frontera entre producción, logística y comercialización se vuelve difusa. Los algoritmos que controlan la humedad del suelo pueden estar sincronizados con los que gestionan el inventario o predicen la demanda. Esta convergencia entre agricultura y analítica de datos impulsa la aparición de modelos de negocio más flexibles, como la agricultura bajo demanda o los contratos inteligentes basados en blockchain. La automatización no solo mejora el rendimiento del campo; redefine la arquitectura económica del sector.
Pero quizás el cambio más profundo sea epistemológico. La automatización introduce en la agricultura una nueva forma de conocimiento, basada en la retroalimentación constante entre el dato y la acción. Cada ciclo productivo genera información que alimenta al siguiente, creando un proceso de aprendizaje continuo. El campo, tradicionalmente asociado a lo imprevisible, se convierte en un laboratorio vivo donde cada variable puede ser medida y mejorada. Esa capacidad de aprender del propio sistema convierte a las agroempresas automatizadas en organismos adaptativos, capaces de evolucionar frente a la complejidad ambiental y económica del siglo XXI.
La automatización de procesos impulsa a las agroempresas porque les permite trascender el límite histórico entre productividad y sostenibilidad, entre trabajo manual y gestión inteligente. Las máquinas no reemplazan al agricultor: amplifican su capacidad de observar, decidir y anticipar. En cada sensor enterrado en el suelo, en cada dron que sobrevuela los cultivos, late una forma moderna de conocimiento agrícola: una alianza entre la biología y la ingeniería, entre la tierra y el algoritmo. Allí, en esa intersección, es donde la agricultura del futuro comienza a florecer.
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