El manejo de la resistencia en el ámbito agrícola comenzó a trabajarse formalmente a mediados del siglo XX, cuando se evidenció que las plagas y enfermedades podían desarrollar resistencia a los productos químicos usados de manera constante. Esta resistencia surgía por la presión selectiva generada por el uso continuo.
Desde entonces se han implementado estrategias integradas de manejo, combinando diferentes métodos como la rotación de cultivos, uso de control biológico y rotación de pesticidas con distintos modos de acción, para reducir la probabilidad de resistencia y prolongar la eficacia de las herramientas disponibles.
¿Qué tipos de resistencia presentan las plagas y enfermedades agrícolas?
Existen varios tipos de resistencia que presentan las plagas y enfermedades agrícolas, y es crucial entenderlas para diseñar estrategias de manejo que sean eficaces y sostenibles.
El uso intensivo de insecticidas y fungicidas a menudo desencadena la aparición de estas resistencias, lo que complica el control de organismos perjudiciales en los cultivos. Vamos a explorar los principales tipos de resistencia y cómo cada uno impacta en el manejo agrícola.
La resistencia genética es la forma más común de resistencia en plagas y enfermedades. Se produce cuando un grupo pequeño dentro de una población de patógenos tiene una variación genética que les permite sobrevivir a la exposición de un agroquímico. Con el tiempo, y con aplicaciones repetidas del mismo químico, estos individuos resistentes se reproducen, dominando la población y haciendo que el control químico sea ineficaz. Un ejemplo clásico es la resistencia del escarabajo de la patata al insecticida DDT, que se desarrolló después de décadas de uso intensivo.
La resistencia metabólica es un tipo de resistencia donde las plagas desarrollan la capacidad de descomponer o metabolizar el agroquímico antes de que pueda afectarlos. Esta resistencia se da cuando ciertas enzimas dentro del organismo neutralizan el compuesto químico, permitiendo que los individuos sobrevivan. En insectos, por ejemplo, esto se ha observado con plagas como la mosca blanca, que metaboliza compuestos de organofosforados, un tipo de insecticida ampliamente usado.
Por otro lado, la resistencia conductual implica cambios en el comportamiento de las plagas que les permiten evitar el agroquímico. En este caso, los individuos alteran su forma de actuar para reducir su exposición al químico. Un ejemplo sería una plaga que evita las hojas tratadas con insecticida, alimentándose en áreas no tratadas del cultivo o desarrollando hábitos nocturnos cuando los químicos se degradan.
Enfermedades agrícolas causadas por hongos, bacterias o virus también desarrollan resistencia a los fungicidas. Un tipo de resistencia en este ámbito es la resistencia cruzada, donde un patógeno que ha desarrollado resistencia a un químico específico también presenta resistencia a otros productos similares en estructura química o modo de acción. Esto ocurre con frecuencia cuando se usan productos de la misma clase repetidamente, como los fungicidas estrobilurinas.
En cuanto a los virus que afectan a las plantas, la resistencia puede ocurrir cuando el virus muta rápidamente y ya no es afectado por las técnicas de manejo, como el uso de cultivos resistentes. Los virus del mosaico, por ejemplo, han mostrado esta capacidad de adaptación, lo que genera brotes de enfermedades difíciles de controlar en cultivos como el tomate o el tabaco.
Entender estos tipos de resistencia es clave para adoptar un enfoque de manejo integrado de plagas y enfermedades. La rotación de productos con diferentes modos de acción, junto con prácticas culturales, biológicas y mecánicas, puede ralentizar el desarrollo de resistencias y mantener un control más efectivo en el largo plazo.