Conocer cuánta agua se necesita para producir un kilo de un cultivo determinado es clave para gestionar mejor los recursos hídricos. Este valor ayuda a optimizar el uso del agua, lo que es esencial para mejorar la eficiencia y la sostenibilidad de la agricultura.
Además, medir el consumo de agua permite implementar prácticas más sostenibles, ya que saber cuánta agua requiere cada cultivo para producir un determinado volumen de fruta facilita la toma de decisiones que reducen el desperdicio del vital líquido, lo que nos beneficia a todos.
¿Para cuáles cultivos conocemos cuánta agua necesitan por kilo producido?
En el sector agrícola, el conocimiento sobre el uso eficiente del agua es crucial, especialmente ante los desafíos actuales relacionados con el cambio climático y la disponibilidad limitada de recursos hídricos. Afortunadamente, para varios cultivos, ya se ha determinado cuánta agua se requiere por cada kilo de producción, lo que permite a los agricultores planificar mejor su manejo del agua y aumentar la eficiencia de riego.
Uno de los cultivos más estudiados es el arroz, un cereal que requiere una cantidad significativa de agua para su producción. Según diversos estudios, el arroz necesita entre 2,500 y 5,000 litros de agua por kilo de arroz producido, dependiendo del sistema de cultivo. Los sistemas tradicionales de inundación son mucho más intensivos en el uso de agua que los sistemas de riego por goteo o aspersión, que están siendo implementados en algunas regiones para mejorar la eficiencia.
Otro cultivo relevante en términos de consumo de agua es el maíz, que requiere alrededor de 500 a 1,200 litros de agua por kilo. Sin embargo, esta cantidad puede variar dependiendo de las condiciones climáticas, la calidad del suelo y la técnica de riego utilizada. En áreas con acceso limitado al agua, el riego por goteo ha demostrado ser una alternativa eficaz para reducir el consumo sin comprometer la productividad del cultivo.
El trigo es otro cultivo clave, especialmente en regiones donde se prioriza la producción de alimentos básicos. Se estima que se necesitan entre 1,000 y 2,500 litros de agua para producir un kilo de trigo. Este rango varía considerablemente dependiendo de si el cultivo se produce en zonas de secano o bajo riego. En áreas irrigadas, el uso de técnicas avanzadas de riego puede reducir el consumo total de agua.
Para la soja, que es uno de los cultivos más importantes para la producción de aceite y proteína a nivel mundial, se requieren aproximadamente 900 a 1,800 litros de agua por kilo de producto. La soja es menos exigente en términos de agua que otros cultivos, pero su producción a gran escala sigue representando un desafío para la gestión hídrica sostenible en algunas regiones.
Los cítricos, como el limón y la naranja, también son altamente dependientes del agua. En promedio, se requieren entre 560 y 850 litros de agua para producir un kilo de naranjas, y aproximadamente 900 litros para producir un kilo de limones. Estos cultivos suelen ser manejados con riego por goteo en áreas secas, lo que ayuda a optimizar el uso del agua.
En cuanto a la zarzamora, uno de los cultivos en los que se ha avanzado en el conocimiento de los requerimientos hídricos, se estima que se necesitan entre 300 y 500 litros de agua por kilo de fruto, dependiendo de la zona y el sistema de riego implementado. Las plantaciones con manejo de riego controlado, como las que utilizan sensores de humedad, logran reducir el uso excesivo de agua sin afectar la productividad.
Por último, el algodón es otro cultivo que históricamente ha sido criticado por su alto consumo de agua, ya que se requieren entre 7,000 y 10,000 litros para producir un kilo de fibra. Este cultivo, particularmente en regiones áridas, enfrenta desafíos importantes para reducir su huella hídrica, aunque el uso de tecnología de riego de precisión está ayudando a optimizar la cantidad de agua utilizada.
Conocer los requerimientos hídricos por kilo producido de cada cultivo es esencial para optimizar la producción y gestionar el recurso de manera sostenible. Además, permite a los agricultores ajustar sus prácticas de riego, elegir cultivos más eficientes en áreas con escasez de agua y adoptar tecnologías que mejoren la eficiencia en el uso del agua.